Si hacemos un breve repaso a un par de meses de nuestra vida cualquiera puede verse reconocido realizando alguna de estas actividades, varias de ellas, o cualquier otra similar dentro del tiempo en el que nos pagan por lo que vulgarmente se conoce como trabajar:
- Concertamos una cita con el médico de cabecera (no nos pasa especial, un simple catarro) un martes a media mañana.
- Llevamos el coche al concesionario para la revisión de los 50.000 km, o de los kilómetros que sea, o no sea, porque en realidad vamos a hacer otra cosa sobre la que no queremos dar incómodas explicaciones.
- Nos llama la compañía que nos suministra el gas para concertar la revisión anual que tenemos contratada y de paso “informarnos” de un nuevo servicio que acaban de lanzar y que piensan que puede ser de nuestro interés.
- Nos acercamos al ayuntamiento a solicitar un certificado de empadronamiento, un permiso de obra o pagar una tasa municipal.
- Necesitamos un par de horas porque vienen a instalarnos a casa un electrodoméstico que acabamos de comprar. El proveedor no cumple el horario, el par de horas se convierte en toda la tarde, y volvemos a necesitar el par de horas otro día porque seguimos sin lavavajillas.
- Nos vamos a la consulta del médico, que para eso hemos concertado una cita en el punto 1.
- Nos llama nuestra esposa para saber si podemos salir 10 minutos antes de la oficina, pasar por la tintorería y recoger a la niña a la salida del colegio. Ella ha sido la que ha ido al ayuntamiento (ver punto 4) esta mañana, le han liado, ha llegado tarde a la oficina y ahora tiene que quedarse una hora más para terminar unas cosas que no pueden esperar.
- Por último, llamamos a un amigo que trabaja en un banco para que nos aconseje qué acciones podemos comprar. A ver si hay suerte, y ahora que la bolsa sube, damos un pelotazo y dejamos de trabajar, porque si estamos todo el día trabajando no nos da tiempo a hacer nuestras cosas.
En fin, la lista puede ser interminable en función del periodo de tiempo que consideremos, de la complejidad de nuestra unidad familiar, de nuestra suerte con los proveedores y de nuestra capacidad o incapacidad para gestionarlo todo sin interferir con nuestro trabajo. Lo que es indudable, y que podemos inducir de estas observaciones, es que si cuantificamos el tiempo que dedicamos a cada una de estas tareas, el número de horas al mes que “no trabajamos” no es para nada insignificante. Inevitablemente la situación desemboca en un menor rendimiento profesional, si nos lo consienten y además no nos importa, o en jornadas interminables para compensar todo este tiempo.
Para simplificar el fenómeno no vamos a fijarnos en el uso de medios que son de nuestro empleador como el teléfono fijo o móvil, el coche de empresa, el ordenador, la conexión a internet corporativa, etc. Tan sólo nos centraremos en el factor tiempo para simplificar el razonamiento. De todos modos, hace unos años la situación debía ser aún peor ya que para casi todo había que salir de la oficina, con lo cuál había que robar aún más tiempo de trabajo. Al menos ahora casi no nos movemos del puesto de trabajo.
Pensando unos minutos en la situación, la hipótesis a estas alturas del año 2006 resulta bastante obvia. Y es que con banda ancha en los hogares, servicios de atención al cliente 24h. de todos nuestros proveedores, firma electrónica, banca online y administración electrónica; debería ser posible solucionar todas estas gestiones diarias fuera del horario laboral. O al menos una buena parte de ellas.
Ya sólo me falta diseñar un experimento con el que poder comprobar si la hipótesis es correcta y entonces... celebrar la victoria sobre la realidad analógica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario